Comentario
Cómo en este tiempo llegó a la provincia Francisco de Mendoza con la compañía de Diego de Rojas, que salió del Perú
No me parece fuera de propósito tratar en este libro algunas cosas de las que acaecieron en el gobierno de Tucumán, con quien confina esta gobernación, lo cual haré con la posible brevedad. El año de 1543 luego que el licenciado Vaca de Castro derrotó y prendió a don Diego de Almagro el mozo en la batalla de Chupas, determinó ocupar con cargos y oficios a algunos capitanes que habían servido en aquella expedición, despachándolos a gobernar y emprender nuevas conquistas y descubrimientos, con que entendía satisfacer en algo sus servicios. De este modo hizo merced a Diego de Rojas del descubrimiento de la provincia, que confina con la de Chile abajo de la cordillera hasta los llanos que corren al Río de la Plata, con título de gobernador de ella. Vinieron en su compañía Felipe Gutiérrrez, Pedro de Heredia, Francisco de Mendoza, y otros caballeros y soldados, que componían el número de 300, con los cuales siguió su derrota, dejando atrás la provincia de los Charcas, tierra muy áspera; y saliendo a los llanos, encontraron algunos pueblos de indios, y de ellos prosiguieron a los valles de Salta y Calchaquí, donde hallaron mucha gente de manta y camiseta, abundantes de bastimentos, los cuales juntos con los demás de la comarca pelearon con los españoles, y en uno de los reencuentros fue muerto el capitán Diego de Rojas, de lo cual se originaron varias diferencias en razón de la superioridad en el gobierno, en especial por parte de Felipe Gutiérrez, que la pretendió por compañero y coadjutor del capitán, aunque esto era opuesto al común dictamen, de cuyo voto fue electo general Francisco de Mendoza, caballero principal y muy afable. Y como con esta elección aún no cesaban los disturbios que fomentaba Felipe Gutiérrez, vino por ello a ser desterrado con sus amigos y compañeros a la Provincia de Chile. Francisco de Mendoza prosiguió su descubrimiento hasta el río del Estero, que sale de la nevada cordillera, corre por unos llanos, y viene a desparramarse en lagos y pantanos, por cuyas riberas estaban varios pueblos de indios llamados Yuries, y el río Talcanco; de allí siguió adelante, y llegó á los Comechingones, que viven en unas cuevas de la provincia de Córdoba, con los que trató de amistad, y de ellos se informó de como de allí al sur había una provincia muy poblada de gente rica de oro y plata, llamada allí Jungulo, que se juzga ser los mismos que en el Río de la Plata llaman los Césares, de que hemos tratado en su lugar. También dieron noticia que a la parte del leste había españoles, que navegaban en navíos por un grande y anchuroso río, donde estaban poblados. Con esta segunda noticia determinaron dejar otra cualquiera empresa por ir en demanda de los de su nación; y atravesando por algunos pueblos de indios de paz, llegaron a un río pequeño, por cuya ribera bajaron hasta la serranía de un gran pueblo, cuyos naturales tomaron armas y salieron a encontrarlos; pero los españoles los contuvieron con buenas razones, y asegurados de su amistad los proveyeron de víveres necesarios: este río desagua en el de la Plata, y se llama Carcarañal, y a los indios les dicen Timbúes, gente muy corpulenta y dispuesta.
Al otro día por la mañana divisaron los nuestros a la parte del leste unos grandes y encendidos vapores en el aire, y preguntando a los indios de qué procedían, respondieron que de un gran río que por allí pasaba, por cuyo motivo el capitán Mendoza determinó ir a reconocerle; y caminando Por un apacible llano, de más distancia de una legua divisó las cristalinas aguas de aquel río, a cuya playa llegó con grande admiración de todos en ver la hermosura del ancho río, de tan dulce como diáfanas aguas, muchas islas pobladas de muy espesos sauces, sus márgenes de vistosas y varias arboledas, entre las que vieron muchos humos de los fuegos con que los natuarales se avisaban, de lo que se les ofrecía: en este ameno y apacible sitio sentaron su Real. A las nueve del día siguiente vinieron más de 300 canoas a reconocer a los nuestros, y llegados los indios a la derecha del Real desviados de la ribera como un tiro de ballesta en una playa que allí parecía, levantaron en alto las palas; señal de amistad y de allí empezó a hablar en voz alta un indio, que decía: ¿Que gente sois? ¿Sois amigos o enemigos? ¿Qué quereis? O ¿qué buscais? Lo cual fue oído con admiración de los nuestros, por ver que entre ellos hubiese quien hablase nuestro idioma. Respondió el capitán Mendoza: Amigos somos, y venimos de paz y amistad a esta tierra desde el reino del Perú, con deseos de saber de los españoles que acá están. El indio le preguntó quién era y cómo se llamaba. Y el capitán le respondió que era jefe de aquella gente, que allí traía, y que se llamaba Francisco de Mendoza. De lo que el indio recibió mucho contento, diciendo: Yo me alegro señor capitán, de que seamos de un nombre y apellido: yo también me llamo don Francisco de Mendoza, nombre que heredé de un caballero así llamado, que fue mi padrino en el bautismo; y así señor, mirad en qué queréis que os sirva, que lo haré con muy buena volutad. Rogóle el capitán saltase a tierra para que pudiesen comunicarse con más comodidad, ofreciendo regalarle con lo que tenía. El indio respondió que así lo haría, si otro cabo que allí estaba se lo permitía, porque desconfiaban de los españoles que en otras ocasiones debajo de amistad le habían hecho algunos tiros, de que estaban bien escarmentados. El capitán le aseguró de su parte que no se haría daño ni perjuicio alguno. Replicó el indio vendría en ello, con la condición de que entre tanto que él pasaba, fuesen cuatro españoles a estar con ellos en sus canoas, y que esto fuese con juramento, que como caballeros harían sobre la cruz de su espada de lo cumplir. Y habiendo hecho el juramento, despachó los cuatro soldados con una secreta orden, para que de ningún modo pudiesen padecer daño. Luego que el cacique saltó a tierra, se abrazaron con el capitán, que al momento le echó mano a los cabellos, que era la señal dada a los soldados, que al punto se arrojaron de las canoas con espada en mano, hiriendo y matando a los indios, que se les pusieron por delante. A este tiempo llegaron 20 hombres de a caballo a socorrerlos, con lo cual quedaron libres, y sin algún daño. El cacique viendo tan impensada acción, dijo: capitán Mendoza, como me habéis engañado, quebrantando vuestra palabra, y el juramento que habéis hecho, pues matadme ya, o haced de mí lo que quisiéredes. El capitán le consoló con buenas palabras, asegurándole no recibiría ningún daño, sino que sería bien tratado y regalado: que el haberse hecho aquello no era por otra cosa, sino por la desconfianza que habían hecho de su palabra. Después que se hubo sosegado, se informó del cacique de lo que pasaba en la tierra, y de que los españoles que en ella había, estaban en el río de Paraguay arriba, mandados del capitán Vergara, que así llamaban a Domingo de Irala. Así mismo le notició como a Juan de Ayolas le habían muerto unos indios llamados payaguaes con traición, sobre que decían que este capitán había dormido mucho, y que pocos días antes llevaron a España al Adelantado Alvar Núñez, que había venido en socorro de los españoles que estaban en aquella tierra; de modo que se informó el capitán de todo lo que quiso saber. Regaló al indio todo cuanto pudo con rescates y le pidió mandase a su gente le proveyesen de comestibles. Hízolo el cacique con brevedad, trayendo a la playa tanta cantidad, que puesta en un montón, y elevadas dos lanzas a cada lado, las excedía en altura. Con esto el capitán Mendoza regaló al cacique un vestido de grana, manta y camiseta de lana fina, y con muchas expresiones de amistad le dejó en su libertad, y el cacique partió de allí muy contento. Luego el capitán alzó su Real, y se fue costeando río abajo, hasta un sitio alto y llano, que está sobre la ribera de este río, en cuya cumbre vio situada una fortaleza antigua, que era la misma que fabricó Sebastián Gaboto en aquel puerto para escala de esta navegación, donde pereció con su gente el capitán Nuño de Lara, como queda referido. Sobre la barranca del río vieron plantada una cruz, en que estaban unas letras que decían: Al pie cartas. Y cavando, hallaron una botijuela, en que estaba una carta muy larga del general Domingo de Irala, avisando a la gente de España de cuanto se ofrecía, y de los inconvenientes que había de que se guardase aquel río, y de los indios de quienes se podían fiar, y de los que no: y de cierta cantidad de víveres, que dejaban enterrada en una isla; y otras cosas que relacionaba la carta. Luego se determinó Mendoza a pasar con la gente a la otra parte del río, creyendo que por allí podría con facilidad ir hasta dar con los españoles, que estaban arriba. Sobre esta determinación se le opusieron los más de los soldados, y de resultas de esto se conjuraron algunos contra el capitán Mendoza, como Pedro de Heredia con sus amigos, y una noche con gran determinación se entraron en su tienda, y hallándole dormido, le mataron a puñaladas, y hecho se volvieron al Perú bajo de las órdenes de sus capitanes, a tiempo que el Maestre de Campo Carvajal acababa de desbaratar al capitán Diego Centeno en la campaña de Posena, obligándole a que se metiese en una cueva, en que se escondió mucho tiempo, y por consiguiente huyendo Lope de Mendoza con algunos que le quisieron seguir, fue a dar por su dicha con los que venían de esta jornada del Río de la Plata, y juntos todos tomaron la voz del Rey contra el tirano, los cuales en otra batalla, que por no ser de mi asunto, no lo refiero, fueron vencidos y desbaratados.